lunes, 1 de noviembre de 2010

11 Cuentos que no cuentan nada (Cuento sexto)

Arte.



En lo suyo, era el mejor que había parido madre. Eugenio era un artista brillante que pintaba unos cuadros buenísimos. El alcance de su prestigio era tan desproporcionado, que llegó a un punto en el que una simple cagada suya sobre un lienzo se consideraba una maravilla y se pagaban millones.

El ser humano siempre ha sido bastante gilipollas en ese aspecto. En el artístico quiero decir. El se dio cuenta, e hizo fortuna explotando eso.



Proponerle que hiciera algo distinto era absurdo, por que cuando alguien hace algo de forma tan correcta como lo que el hacía con la pintura, no se debe perturbar jamás su concentración. Pero un día, un hombre al que llamaban Cobra, que había perdido la virginidad montando a caballo, le dijo: "Eugenio, ¿te viene bien alicatarme el baño de casa?".

Para comprender bien lo que paso a continuación, es completamente necesario saber una cosa, y es que Eugenio tenía una polivalencia laboral completamente nula. Me refiero a que, aparte de tocar los cojones con los pincelitos, era un inútil. Así que esa propuesta lo dejó bloqueado y le provoco una embolia que le acabaría dejando paralizado todo el lado izquierdo del cuerpo. Hay que aclarar que Eugenio era zurdo cerrado, de modo que esa parálisis lo convirtió en un parásito social.

Su habilidad con la pintura solo era comparable con su afán de superación. No se lo pensó dos veces y decidió aprender a utilizar el lado derecho de su cuerpo. Cogió un lienzo, un pincel, un porrito de un caucho que parecía polen y unas acuarelas, y dijo que con su lado malo (el diestro) sería capaz de pintar incluso mejor de lo que lo hacia con el lado izquierdo antes de sufrir la embolia.

Se puso manos a la obra y empezó a pintar un cuadro. El aseguraba que ese trabajo lo relanzaría al estrellato del mundo del arte y, conociéndolo, nadie lo dudaba.



Pasado un mes, ese cuadro vio la luz.

Amigos... no se puede describir con palabras la chapuza que Eugenio creó. Lo hizo tan mal que incluso llegó a ofender a su propia raza: la raza humana.

Menos de 24 horas después de publicar su nueva obra, cayó sobre el, y con fuerza, todo el peso de una nueva ley que se redactó, deprisa y corriendo, enseguida que ese insultante cuadro fue mostrado públicamente. Esa ley decía que Eugenio debía ser sometido a una amputación cuádruple de brazos y piernas. Y luego, antes de que las 4 hemorragias cicatrizaran, ser depositado boca abajo en mitad del Océano Índico.

Así se ejecutó la sanción.



Os podría decir que una vez en pleno Océano Índico, el ya mencionado afán de superación de Eugenio lo llevó a ponerse boca arriba y nadar miserablemente hasta la costa. Pero en esa situación, vivir no vale la pena. Y además, un tiburón blanco se lo zampó nada más tocar el agua.


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