lunes, 18 de octubre de 2010

11 Cuentos que no cuentan nada (Cuento cuarto)

Mondachov.



Mondachov era un chavalín paralítico y, por que no decirlo, bastante gilipollas. Y esto, que fuera gilipollas, debemos tenerlo muy presente durante todo el relato.

Su

única ilusión en la vida, se había visto reducida a sentarse y mirar como sus amigos jugaban al fútbol en el polideportivo del pueblo. Su parálisis le impedía participar en esos partidos, aún que no mentimos si decimos que, antes de la parálisis, tampoco le dejaban jugar. Los motivos eran sencillos: era el niño mas tonto del colegio. Y a esta gente, como máximo, se le deja arbitrar. Que tampoco.


P

ero primero vayamos al origen de esa parálisis.



Tiempo atrás, Mondachov tenia una novia. Una chica llamada Marianna que tenia una capacidad visual del 0%, lo que significa que veía exactamente una puta mierda. Ella aseguraba haberse enamorado de Mondachov a primera vista, y aun que todos sabemos que los ciegos no pueden desarrollar esa clase de amor, Mondachov prefería pensar que si era posible.

Un día, nuestro protagonista, se llevo a su chica a pasar una tarde romántica en un acantilado que tenia unas vistas preciosas al mar. Una vez allí, y para impresionar a Marianna, llevó a cabo una proeza que solo está al alcance de gente realmente inútil: se fue al borde de ese acantilado de veinte metros de altura y saltó al mar.

La profundidad del mar en esa zona, era de un metro en los días en que la marea estaba alta. Y ese día, no lo estaba. Hay que decir en favor de Mondachov, que nunca había aprobado física, y desconocía conceptos básicos como "Gravedad", "Densidad" o "Caída libre". Teniendo en cuenta todo esto, ese salto de fe solo tenía un resultado posible: se reventó la columna vertebral contra las rocas y perdió toda la movilidad de su tren inferior. Esto confirmaba lo dicho anteriormente: Mondachov, era subnormal profundo.


Volvamos a su vida de paralítico.



Un día, durante una de esas pachangas en las que Mondachov ejercía de espectador, un chaval al que llamaban Cáncer, por un tumor que tenia en el páncreas, lanzó la pelota a la autopista. Mondachov decidió ir a buscarla, pensando que así, se ganaría el favor de esos que lo maltrataban (que eran todos). No me preguntéis como llegó a la autopista. Pero llegó, cruzó, cogió la pelota, volvió a cruzar y, cuando estaba en mitad de la calzada con esa silla de ruedas que le había construido su hermano pequeño en clase de tecnología, un camión de gas butano le paso por encima. De la silla no se supo nada mas y, milagrosamente, Mondachov recupero la movilidad de su tren inferior. Se puso en pie, volvió al campo de fútbol con la pelota, empezó a jugar y metió cuatro goles. Todos ellos de chilena y por la escuadra, aun que, hoy por hoy, todavía existen dudas sobre si uno de esos goles entró por la parte de fuera de la portería. La cuestión es que el chicharro subió al marcador y el equipo de Mondachov perdió por «16 - 4».

E

n el pueblo se empezó a relacionar a Mondachov con temas paranormales, religiosos y con Iker Jiménez.

La gente hablaba, dia si y dia también, sobre lo sucedido. Se decia de todo. Que si era un milagro, que si Mondachov era un enviado del señor, que si el condón era obra del diablo, etc.

Mondachov no era ajeno a toda esta rumorología, así que, como le hubiera pasado a cualquiera, se le empezó a subir el ego un poco mas de la cuenta. Su madre, para bajarle un poco los humos, le dio uno de esos consejos que un jovencito de su edad debería tener en cuenta. Le dijo: "Hijo, ni antes eras tan tonto como parecías ni ahora eres tan interesante como crees ser" (Mentira. Antes si era tan tonto como parecía, o mas). Pero Mondachov hizo lo que la mayoría de jóvenes de su edad hacen con los consejos maternos: pasar olímpicamente, coger una revista que tenía escondida en su habitación e ir al baño a ordeñarse.

La confianza que empezaba a albergar, no tardo en afectar a su conducta. Un día, en el patio del colegio, el niño mas chulo de todo el pueblo, un chaval llamado Richard que en sus ratos libres pegaba a sus padres, le quiso robar el bocadillo a Mondachov. Cosa muy habitual. Hacia por lo menos cuatro años que Mondachov no se comía su propio bocadillo. Pero ese día, estaba pleno de confianza y no se arrugó ante las amenazas del malo mas malote. Richard entendió eso como una provocación, así que decidió hacer lo que mejor se le daba: repartir hostias. Todo el colegio estaba a punto de ver como a Mondachov le iban a reventar la cara. Pero Richard, al coger impulso, se tropezó con un armadillo que pasaba por allí, cayó al suelo y se abrió la cabeza contra un bordillo. Mondachov aprovechó la coyuntura para darle una patada furtiva en las costillas y proclamarse vencedor.

Toda persona medianamente coherente, sabe que Mondachov no termino apalizado por motivos puramente fortuitos. Pero el, entendía tanto de coherencia como Hitler de integración social. Así que pensó que había ganado ese combate, simplemente, por que era el mejor y por que el accidente con el camión de gas butano le había otorgado poderes de superheroe. Como los de Superman, los de Spiderman o los de Chuck Norris. Pero lo peor de todo es que no solo lo pensaba el, sino que todo su entorno empezó a pensar de igual manera, conviertiéndose así, en un ídolo de masas.



Mondachov siempre había tenido una espinita clavada, un trauma al que nunca se había visto capaz de plantar cara, tenia una deuda con ese acantilado que marco un punto de inflexión en su mierda de vida. Ahora, con sus nuevos poderes, se veía capaz de todo, así que desde un principio lo tuvo clarísimo: tenia que volver al lugar en el que perdió la movilidad de su tren inferior y retar a ese precipicio.

Retar a un accidente geográfico, es otra de esas acciones que le dan mas solidez a la teoría de que Mondachov no era un chico completo, psicológicamente hablando.

Anunció su hazaña con un mes de antelación. No le quedó ni un niño ni una vieja a quien contarle que volvería al acantilado y saltaría otra vez. Todos, absolutamente todos, lo sabían. Era tal su fama, que se habían fundado grupos de fans, peñas de seguidores, etc.

S

e hizo un grupo en facebook: "Mondachov VS acantilado" se llamaba. Treinta y ocho millones de afiliados al grupo. El 98% de ellos apostaban por Mondachov y el otro 2% no sabía o no contestaba. Se convirtió en el acontecimiento del mes, del año y posiblemente del siglo (sin contar el especial de telecinco "La princesa del pueblo").



Por fin llegó el día. Ciento cincuenta mil personas ahí congregadas, cobertura televisiva con helicópteros, camisetas con la cara de Mondachov, pegatinas que ponían "I (corazoncito) Mondachov", energúmenos con el nombre de Mondachov tatuado en la frente, cánticos para Mondachov que rimaban:

- Mondachov, campeón / fóllame sin perdón.


Otros que no rimaban:

- Mondachov, campeón / destrózame el virgo.


Y otros que no venían a cuento:

- El Mallorca, es un sentimiento / que se lleva, se lleva bien adentro



Entre todo este tumulto, llegó el. Avanzó entre la gente como si dos ángeles lo llevaran de la mano. De repente se hizo un silencio sepulcral. Mondachov se dirigía con paso firme y elegante directo al borde del acantilado. Llegó, miró abajo... y saltó.



Uno... Dos... Tres.



Fueron tres segundos eternos de caída libre. Todo el mundo estaba convencido de que nada podía salir mal. Habían depositado mucha confianza en los poderes de Mondachov. Pero como hemos dicho antes, esos poderes solo estaban en su cabeza, al igual que esos dos ángeles que lo llevaban de la mano. Así que Mondachov se metió uno de los piños más escalofriantes que recuerda el ser humano.



T

res meses después, se despertó en el hospital. Había salido del coma. El diagnostico era clarísimo. Ponía, Literalmente: "columna vertebral inservible". Volvía a estar paralítico.

Con esa nueva parálisis, recuperó su vida anterior. Esa vida de mierda que consistía únicamente en ir a ver como sus amigos jugaban a fútbol.

En una de esas pachangas, alguien volvió a lanzar un balón a la au

topista. Esta vez la culpa no fue de Cáncer, ya que su tumor de páncreas se lo había llevado al otro barrio hacia cosa de dos semanas. Con el balón en la autopista, todo el mundo miró a Mondachov. Pero decidió que no. Que esta vez, el no iría buscarlo.

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